Guantes, chubasquero, casco, braga, chaqueta, pantalón, forro del pantalón, botas… una a una nuestras prendas van encontrando un lugar donde colgarlas para que se sequen. Son las 16:00 y, por fin, hemos llegado al alojamiento que tenemos reservado, sin duda lo mejor del día… bueno en realidad no, ahora os lo explico.

Aberdeen se despertaba lluvioso, muy lluvioso, con esta lluvia densa y fuerte, sin llegar a ser un chaparrón pasajero. Esa lluvia que sabes que no va a parar en mucho tiempo. Las nubes, o mejor dicho, la nube, ocupaban el cielo hasta donde la vista alcanzaba, gris, cargada de agua, sin dejar pasar ni un rayo de luz.

Sabíamos que este día iba a llegar, las previsiones meteorológicas así lo adelantaban, 100% probabilidad de lluvia durante todo el día, aunque esperábamos que la suerte nos siguiese acompañando y no mojarnos mucho. Hoy la rutina mañanera es más rápida, los chubasqueros se quedan fuera, así que hay más sitio donde colocar las cosas. Esta noche hemos dormido en una guest house, una especie de B&B con más habitaciones (esta tenía unas 14) y donde suelen quedarse trabajadores que pasan temporadas en la zona o, como nuestro caso, turistas de paso. El sitio cumplía perfectamente su misión, aunque las camas podrían ser mucho mejores y los edredones más largos :). El desayuno y la atención de la dueña, suplían cualquier otra pequeña carencia.

Lloviendo a cántaros colocamos las maletas en la moto, nos ponemos el chubasquero, no sin esfuerzo, nos despedimos y salimos. Lo primero que teníamos que hacer era echar gasolina, así que paramos en la primera gasolinera que encontramos.

– «No es el mejor día para la moto» – afirmó la empleada de la gasolinera, mientras esperaba a que el ticket saliese por la impresora

– «No» – asentí yo – «pero esto es Escocia, sabíamos a lo que veníamos»

– «Lo sé, yo tambien conduzco moto aquí»

Deseándonos Buen Día y buen viaje continuamos.

La primera parada de la ruta era un castillo, el espectacular castillo que no pudimos ver ayer y que, por desgracia, tampoco vimos hoy. No sólo la lluvia nos incomodaba, sino que una densa niebla nos impedía ver a tres palmos de nosotros, con lo que no tenía sentido parar siquiera. Así que decidimos seguir hacia Inverness.

La carretera se tornaba divertida, curva tras curva, tramos de más de 10 millas sin cruces ni desviaciones, subidas bajadas, asfalto bueno a ratos, a ratos roto. A los pocos kilómetros de empezar… ejem, millas quiero decir… la,niebla desapareció, pero no así la lluvia que no cesaba de caer, a ratos más fuerte, pero sin parar en todo el rato.

Seguimos haciendo kilómetros casi sin darnos cuenta, odiando al clima por no dejarnos disfrutar como se merece una zona que era espectacular. No solo la carretera, los paisajes, el verde, los colores de las flores, la zona es ideal para montar en moto y para pararse cada dos por tres a hacer fotos.

Nosotros no pudimos hacer ninguna, demasiada agua como para sacarse los guantes y sacar la cámara o el móvil, una vez has conseguido cierta estanqueidad… mejor no tocarlo. Y así rodamos durante unas 3 horas sin parar, casi sin darnos cuenta, pasando de punto a punto y cambiando de «que mier** de tiempo» a «que pasada!» De una curva a otra.


La lluvia siempre es un coñazo en moto, pero cuando ruedas entre naturaleza, le da un toque especial. No es algo explicable o que se pueda fotografiar, pero tienes la sensación de que las flores tienen más color, el verde lo es más aún, parece que las plantas se alegran de recibir el agua.

La carretera se empina y vira de un lado a otro, en apenas unos metros subimos una pendiente muy grande, la temperatura baja. Se descubre ante nosotros una carretera que recorre la parte de superior de la montaña y que nos lleva a algún tipo de cima. Casi no hay tráfico y, el poco que hay, son caravanas, coches de alquiler, algún lugareño (que va como un tiro) y bicicletas… bicicletas!!! Que … diablos!! En la zona más pendiente, casi arriba, vemos una sombra, primero parece alguien andando pero, a medida que nos acercamos, vemos que es un ciclista. Cuando lo adelantamos le hacemos gestos de ok a ver si le sirven para animarse un poco 🙂 . Es ahí cuando pensamos en aquello de que cuando crees que están mal (salvando las distancias y teniendo en cuenta lo relativo de estar mal en esta situación), siempre hay alguien que te demuestra que se puede estar peor o, al menos, menos cómodo.

Coronamos lo que parece un puerto, la niebla ha vuelto a aparecer y sin tiempo a pensarlo comenzamos a descender, pendientes del 20% se anuncian en una señal y no engañan. Una bajada de infarto, por un valle espectacular, con esta mezcla típica de verde y marrón de las fotos escocesas, que la lluvia no consigue empañar. En mitad de la cuesta, otros dos ciclistas subiendo, tapados hasta arriba con un chubasquero blanco. Van separados por unos 150m. El ritmo de él es más seguro, más constante, el de ella, que va detrás, más errático, menos firme, se nota el paso de los kilómetros. Ambos van cargados con maletas, con lo que suponemos que su viaje, es de esos largos.

Salimos de la Old Military road, que así se llama esta carretera y comenzamos a pensar en comer. Después de varios intentos fallidos en sitios cerrados, llegamos a un pueblo, paramos en el primer parking con bar al lado, quitamos los chubasqueros y nos metemos a comer. Hacemos evaluación de «daños»: mangas de la chaqueta,  braga, guantes, chaleco, todo esto mojado. Por la parte positiva, a pesar de las 3 horas sin parar, no hay dolores de espalda o culo, hemos estado demasiado entretenidos para eso.

Un bacon, egg and cheese roll y una tortita endulzan nuestro día y matan nuestro hambre. El restaurante es un sitio peculiar, lo regentan un matrimonio mayor que están claramente sobrecargados. Demasiada gente para ellos dos, con el día de perros que hace no dejamos de entrar clientes a intentar entrar en calor. Ciclistas, caminantes, turistas, moteros, el sitio es un continuo entrar y salir de gente. La mayoría pide su comida, su sopa, su café o té, lo toman rápido y siguen viaje. Nosotros nos lo tomamos con más calma, de hecho somos casi los últimos en irnos, nos queda una hora y media hasta el alojamiento y no tenemos prisa.

Una parada de autobús nos sirve de refugio para volver a ponernos el equipo, si, por supuesto, sigue lloviendo. La vuelta a la carretera se hace más fácil de lo esperado, aunque la lluvia y el viento arrecian y generan problemas de visibilidad. Al llevar gafas estas se empañan con facilidad, sobre todo recién puesto el casco, lo que obliga a llevar la visera ligeramente abierta al principio. Con el viento el agua entra por ese espacio, llenando de gotas las propias gafas y el interior de la visera, haciendo la visión bastante complicada. Con el paso de los kilómetros y al acercarnos ya a Inverness y circular más rápido las gotas fueron desapareciendo.

Una hora y media después llegamos a Strathpeffer donde,  no sin antes perdernos un poco entre todas las casas que hay, encontramos nuestro alojamiento.

Nos reciben los dueños, es un B&B, que nos ofrecen un sitio donde colgar todo nuestro equipamiento empapado. Nos explican donde está nuestra habitación y, a nuestra pregunta, nos dicen que nos pueden reservar sitio para cenar en un restaurante cercano, lo que, por supuesto, aceptamos.

Ya en la habitación aprovechamos hasta el último rincón de los radiadores para colgar parte de nuestra ropa mojada, nos duchamos y nos vamos a cenar.

De vuelta de la buena cena en el Red Poppy, preparamos la ruta de mañana y nos vamos a dormir.

Mañana rumbo a John O’groats!

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