El sábado era el día que teníamos reservado para visitar Vianden.

Desayunamos pronto, sacamos la moto del garaje y vamos a la oficina de turismo. Cuando bajamos al garaje nos encontramos con un peculiar grupo de moteros. Eran 7 holandeses que se traían una especie de minimotos, muy típicas aquí en ciudad, que suelen ser de 125cc y que pueden circular por la carretera. Nos contaron que las traían en coches y que las usaban para disfrutar de las carreteras de la zona.

Una vez informados, nos dirigimos al parking que está en la base del telesilla. Pero antes investigamos un poco los alrededores y descubrimos esto…

Una vista espectacular del castillo desde un mirador a la salida del pueblo.

Llegamos al parking ya de vuelta, dejamos la moto, cascos y chaquetas en las maletas y nos dirigimos a la taquilla. Lo bueno de coger un hotel varios días en el mismo sitio, cuando viajas en moto y tienes suficiente espacio en la moto, es que puedes hacer turismo sin tener que andar cargando con cascos, chaquetas y demás enseres, que acaban siendo un engorro y cansandote más, ya que las maletas, se quedan en el hotel y su hueco lo ocupan estos enseres.

3,90 euros por cabeza, viaje solo de ida, ya que la vuelta desde el castillo la haremos andando,  y nos subimos en el telesilla. Es muy similar al que se usa en las estaciones de esquí, pero este te lleva desde la parte baja del pueblo, hasta lo alto de la colina, desde donde las vistas son espectaculares.

Una vez arriba y tras la vuelta «estúpida» de rigor alrededor del bar, la entrada al camino de bajada al castillo estaba a la derecha y nosotros giramos a la izquierda, comenzamos la bajada hacia el castillo. Es un camino empinado, que va haciendo eses para salvar la inclinación. Noes peligroso, pero hay que ir con cuidado. Poco a poco avanzamos hacia el castillo, que se hacía de rogar. Una empinada cuesta, ya de hormigón, nos daba acceso a la taquilla. 6 € por cabeza más dos por la audio guía. Si tienes tiempo, es algo que siempre merece la pena, la audio guía, te explica muchas cosas que no verías por tu cuenta y te cuenta también la historia del castillo, lo que siempre es más entretenido que simplemente ver las piedras. Además, si estas fuera de España y los rótulos no están en español o inglés, te enterarás de muchas más cosas. El castillo fue restaurado en los 80 ya que había sido desmontado en parte para venderlo por piezas, con lo que la construcción es espectacular, aunque siempre parece que pierde parte de su esencia por no ser completamente original. Aún así la visita merece la pena, te muestran muchas partes conservadas del original y el trabajo de restauración parece haber sido con mucho tacto para que parezca el original. Después de unas dos horas de visita y escucha de guía, llegamos al punto 22, último del paseo y estábamos muertos de hambre. Como aún nos quedaba bajar hasta el pueblo, decidimos comer algo en el restaurante del castillo y seguir ya con las energías renovadas. No tiene muchas opciones pero no es caro, con lo que para matar el hambre y seguir ruta fue suficiente.

Bajamos el kilómetro y pico que nos quedaba desde el castillo al pueblo y fuimos directamente al parking. Eran las 2 de la tarde y noteníamos mucho que hacer, así que decidimos investigar. Como siempre que hacemos esto, acabamos subiendo a una colina, l otro lado del río y teniendo que dar la vuelta en la entrada de una casa.

Cogimos la carretera que habíamos tomado por la mañana y que nos llevó al mirador y la seguimos unos kilómetros. Y entendimos por qué había tantas motos. Buen asfalto, curvas largas, buena visibilidad. Rodamos un rato hasta que llegamos un cruce, cerca de Dasburg y vimos un bar.

Decidimos parar, aparcamos la moto a la sombra, y nos sentamos en la terraza.

En la media hora larga que estuvimos allí, no dejaron de pasar motos en una y otra dirección. Incluso el bar tenía un sitio con papel y agua con el letrero «helm wasch» (o algo así), o lo que es lo mismo, para limpiar el casco. El cruce está justo en la frontera de Luxemburgo con Alemania. Una vez refrescados, cogimos de nuevo la moto sin rumbo fijo y nos adentramos en Alemania. Con el único destino en el Gps del hotel, circulamos por una curvada carretera alemana hasta que decidimos que era hora de volver al hotel e hicimos caso al Gps.

De vuelta a Vianden, necesitábamos comprar pasta de dientes y agua, así que mejor excusa que volver por la carretera por la que entramos el viernes y así matar un poco el tiempo. Unos 30 minutos después llegábamos a un Carrefour, reportamos para no necesitar hacerlo mañana, en la gasolina de al lado, y nos tomamos un refrigerio.

La carretera de vuelta tiene buen piso, muchas curvas y poco tráfico, así que fue un bonito paseo de vuelta. Antes de retornar al hotel, hicimos una última parada en el mirador al otro lado del pueblo. La vista desde ahí es de postal.

Sobre todo del castillo, que como podéis ver es espectacular desde este punto.

Una vez aparcados y dejados los trastos, acudimos en busca de la tanansiada cena que llevábamos anelando desde que estuvimos en el Carrefour. Son las 20:30 y decidimos investigar e ir a un sitio muy cuco, al lado del río. El sitio se llama Alberge du l’our y no os lo recomiendo… El emplazamiento es perfecto, sobre todo en una noche como hacía ese día, pero la comida no. Pedimos un grill de carne que supuestamente traía pollo, ternera y cordero y los tres tipos de carne estaban malos. Se notaba que eran recalentados y estaban quemados. El pollo lo sirven en una brocheta con pimientos y el pimiento estaba completamente chamuscado. Con lo que nuestra recomendación es que no vayáis. Creo que es la primera vez que nos decepciona tanto un sitio.

Con el mal sabor de boca de la cena caminamos buscando un sitio donde tomarnos algo, encontramos un bar portugués, extraño, que apenas tenía clientes y en el tío de la barra solo hablaba portugués. Nos dio tanto canguelo que no nos atrevimos a irnos. Pedimos, ingerimos mientras elucubrabamos que clase de negocios serían la tapadera para semejante negocio y nos fuimos a dormir, que ya era hora.

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