Aunque ayer apenas pudimos ver el centro, Galway parece una ciudad bastante grande, al menos en extensión. No hay grandes edificios, pero su extensión.

Desde nuestro hotel se puede ver el tremendo atasco que se ha formado en los alrededores a la hora en la que los colegios empiezan. De nuevo diluvia y los padres «sueltan» a los niños para que acuda a clase sin apenas bajarse del coche.

Hemos decidido cambiar el plan para hoy y reducir el número de horas de coche. Hace un día horrible y meternos casi tres horas de coche ida y vuelta para ver una abadía se nos antoja demasiado.

Lo primero que hacemos, después del desayuno y el cierre de maleta, es darnos una vuelta en la furgoneta por Galway, para ver de día, lo que no vimos ayer.

Rodeamos la catedral, y nos paramos frente a la puerta principal, la observamos desde la furgoneta ya que, desde que nos levantamos, no ha parado de llover.

Pasamos por los muelles y visitamos el puerto, todo sin bajarnos del vehículo y sintiendo las gotas sobre el techo.

La siguiente parada era un centro comercial en Galway, no, no estamos locos por comprar, pero, como decía ayer, nuestras chaquetas no resistieron el agua, así que fuimos a comprar unos chubasqueros y aprovechamos para comprar comida para hacernos unos bocatas. Estamos comiendo demasiado y nos apetece algo ligero… O no.

Ya en ruta, por fin, vamos a Kilmacduagh, a visitar un complejo eclesiástico, en medio de la nada.

Despues de unos 40 minutos de coche, los restos de una abadía, una iglesia y varios edificios del complejo, se presentan ante nosotros. Aparcamos, nos parapetados con nuestra nueva ropa contra la lluvia y salimos a dar una vuelta.

No para de llover, parece hacerlo además, con fuerza, con venganza, como para ponernos a prueba.

Hacemos fotos, paseamos entre las ruinas y dentro del cementerio y volvemos enseguida a la ruta.

El siguiente destino era el Dolmen de Poulnabrone, del neolítico. Es una construcción más que curiosa, en el medio de una especie de campo de piedras natural, que le da un efecto extraño. El dolmen se encuentra en el centro y se puede ver claramente al ser la única construcción que hay en la zona.

Llegamos a la vez que un autobús de turistas alemanes, que rápidamente se bajaron, llegaron, hicieron foto y se marcharon. Caminamos por encima de las piedras, hicimos y nos hicimos varias fotos también y volvimos al coche.

Es bastante curioso que ninguna de las construcciones que hemos visitado hoy, tenían nadie vigilándolas, ni había que pagar entrada.

Llegaba la hora de comer y, con el día que hacía, la idea de hacer un picnic y comernos unos bocatas no nos apasionaba. Así que tratamos de buscar donde comer. Después de una media hora, llegamos por fin Rathbaun y nos paramos en la Roadside Tavern. Preguntamos y nos dijeron que si, a pesar de ser casi las 3 de la tarde, nos daban de comer.

Por estas cosas de la vida y del Google, fuimos a dar al recientemente nombrado el mejor pub de Irlanda para 2020.

Aunque a priori y según entras, no dirías que ese premio se basa en la limpieza y orden del establecimiento o en lo cuidados que tiene los baños. Tanto la comida como el sitio en sí y, sobre todo el personal, eran estupendos.

Encargamos nuestra comida y bebida y charlamos con el camarero acerca de nuestra ruta de hoy y la de mañana.

– «Smile!» – nos dice un señor que acaba de entrar por la puerta. A lo que todos reaccionamos con una sonrisa, mitad divertidos, mitad desconfiados.

– «well done, now you are doing good…» – respondió el mismo caballero mientras se giraba y se iba al fondo del pub.

Las paredes del bar están llenas de cosas , de todo tipo. Fotos, artilugios, carteles antiguos, de todo.

La comida de A. tarda más en llegar ya que al chef, nos explican, se le escapó en la comanda.

Acabamos de comer, pedimos la cuenta y nos disponemos a marcharnos, no nos cobran la comida que llegó tarde, :O.

Dejamos una buena propina y volvemos a la carretera.

El siguiente destino era ya el hotel, al que íbamos a pasar antes de seguir camino del Spanish point. En apenas 8 minutos, estamos allí.

El Egan’s Wild Atlantic View es una casa grande y aparentemente nueva situada en medio de ninguna parte y desde la que, como reza su nombre, hay unas vistas espectaculares del Atlántico.

Nos recibe la dueña y nos enseña las habitaciones, que nada tienen que ver con el aparente nuevo y moderno exterior.

Todas las habitaciones están decoradas con estilo antiguo, grandes camas con cabeceros de madera, moqueta de pelo en el suelo, algunas incluso tienen vestidor. Todo está nuevo, pero parece antiguo. Dos grandes estandartes presiden la zona del hall de la entrada, dónde unas escaleras de madera que se dividen a izquierda y derecha, dan acceso a las habitaciones de la planta superior. Todos los detalles están supercuidaos. Coincidimos casi todos en que nos gusta, pero nunca pondríamos así nuestra casa.

Volvemos a la carretera y vamos bordeando la costa hasta llegar a Spanish point. El «Punto español» es un pueblo llamado así tras ser el punto al que llegaron la mayoría de los supervivientes de la armada invencible. No os voy a dar aquí una lección de historia, porque metería mucho la pata, pero es un sitio y una zona digna de ver ya que tiene muchas referencias a España.

Después de pasar el Hotel Armada, paramos en el monolito que recuerda la historia que nos une a este punto.

Ha parado de llover y podemos, por primera vez hoy, caminar tranquilamente, hacer fotos y disfrutar de un paisaje muy bonito.

A punto de salir, se nos acerca una mujer a la furgoneta. Con nuestras desconfiadas mentes, nos ponemos a la defensiva porque pensamos que viene a pedir. Una vez la escuchamos, resulta que se ha quedado sin batería en el coche y nos está pidiendo unas pinzas.

Le decimos que no tenemos, por desgracia y cuando ya se está yendo, le pregunto si cree que puede arrancar empujando, a lo que responde que si, pero que no sabe si ella sabrá hacerlo.

Allá vamos los tres «paisanos» del grupo, nos acercamos al viejo Nissan micra verde. Le empiezo a explicar que tiene que hacer y, cuando veo su cara de «what??!!» le pregunto si quiere que lo haga yo, a lo que responde en un todo de súplica «yes, please».

Así que allá vamos empujamos el coche para atrás, lo enfocamos a la cuesta abajo, segunda, suelto embrague y broooomm! Arrancado!!!!

Nos da las gracias veinte veces y nos marchamos cada uno por su lado.

Subimos de nuevo a Doolin, a hacer tiempo, aprovechamos para pasar por los acantilados de Moher, que visitaremos mañana y acabamos en un puerto desde el que salen los ferries a las islas y a ver los propios acantilados.

Se ha hecho de noche, volvemos a Doolin, aparcamos y buscamos un sitio donde tomar algo. Acabamos cenando en un pub, otra vez, con un calor tremendo y con música en directo.

Con la tripa llena y cansados volvemos al hotel, una vez más ha sido un día largo, pero ha merecido la pena.

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