En el gran salón presidido por una chimenea, con la figura de dos faisanes justo encima, escoltando a una gran televisión, desayunamos mientras disfrutamos de las vistas. El sol, sí el sol, porque ha amanecido un día estupendo, sin nubes y sin lluvia, no permite ver el mar a través de la ventana.

Hoy nos toca visitar uno de los puntos clave del viaje: los acantilados de Moher. Tenemos la inmensa suerte de que hace sol, aunque la temperatura es baja, unos nueve grados.

Después de recoger nuestros bártulos, nos ponemos en marcha. En pocos minutos llegamos al parking, nos metemos. Es importante comprar las entradas con antelación por internet, para ahorrarnos un dinerillo. Cómo curiosidad, si las compras por internet, que sea fuera de las horas de apertura, ya que si no no es más barato. Otra curiosidad, las horas centrales del día son más caras, merece la pena ir pronto.

Poco de lo que os diga va a describir bien lo que son los acantilados, pero son muy impresionantes, muy espectaculares y merece la pena dedicarles un rato a visitarlos. Mejor unas fotos para esto:

Nos damos unos cuantos paseos de un mirador al otro y hasta la torre para ver lo máximo posible.

No hay mucha gente, aunque cuando nos marchamos, casi dos horas después, empiezan a llegar autobuses con turistas.

De Moher salimos dirección al Bunratty Castle, no sin antes perdernos por una de esas estrechas carreteras a las que ya nos estamos aficionando.

Después de unos 50 minutos, llegamos al Bunratty Castle. Un castillo que tiene a su alrededor un pueblo en el que se representa como se vivía en la época medieval y el siglo XIX.

El castillo fue reconstruido allá por 1800 y pico y no ha sido tocado, probablemente, desde entonces. Esto le hace conservar ese olor añejo y la suciedad propia del paso de los años que te ayuda a meterte en lo que allí pasaba. La entrada no es barata, unos 16 euros, pero merece la pena si tienes tiempo suficiente.

Se puede caminar libremente por el castillo e incluso subir a las almenas por las estrechas escaleras de caracol. En el interior todas las estancias que se pueden visitar, están decoradas y amuebladas como, en teoría, estarían en la época en la que estaba habitado.

Aún nos respeta el día, hace fresco, pero no llueve. Salimos del castillo, caminamos por el pueblo, en el que se pueden ver las antiguas casas y negocios. Desde la casa de un granjero o el médico, hasta una antigua tienda o la tasca. Esta parte, aún siendo interesante también, se hace un poco más aburrida o cansada. Puede ser también que, después de subir y bajar por los recovecos del castillo nos hayamos cansado un poco, además es la hora de comer.

Cambiamos un poco nuestra costumbre y hoy, nos comemos unos sándwiches en la furgoneta en lugar de meternos en un restaurante. Menos cantidad de comida y más rápido :).

Nos dirigimos ahora hacia Cork, aunque el día empieza a ponerse feo. Después de algo más de una hora de carreteras arriba y abajo, paramos a tomar algo en Mallow o, cómo se dice en Irlandés, Mala.

Empieza a diluviar, mientras nos tomamos algo en un bar al que hemos llegado después de chuparnos un tremendo atasco por el centro de Mallow. Descubrimos aquí que la cerveza sin alcohol, que A. pide por error, se sirve con hielo :O.

El cansancio y el día lluvioso nos quitan las ganas de hacer otros 50 kms. hasta Cork que luego tendremos que deshacer para llegar al hotel. Así que decidimos tirar para el hotel, cenar pronto, tomarnos algo y descansar un poco.

Y así lo hacemos,unos cuarenta minutos después, llegamos al hotel, en medio de ninguna parte. Hacemos checking, nos bajamos al restaurante, pedimos unas cervezas y pasamos un buen rato de charlas y risas miéntras fuera diluvia y hace viento. Porque esto, también es parte del viaje.

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